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Mulholland drive (USA - Francia, 2001)

Título mercado español: El camino de los sueños
Dirección y guión: David Lynch.
Países: USA, Francia.
Año: 2001.
Duración: 145 min.
Interpretación: Naomi Watts, Laura Elena Harring, Justin Theoux, Ann Miller, Robert Forster, Brent Briscoe, Jeannie Bates.
Producción: Mary Sweeney, Alain Sarde, Neal Edelstein, Michael Polaire y Toni Krantz.
Música: Angelo Badalamenti.
Fotografía: Peter Deming.
Montaje: Mary Sweeney.
Dirección artística: Peter Jamison.
Vestuario: Ami Stofsky.
Decorados: Jack Fisk.
Sinopsis: En Hollywood, por la noche, una mujer joven se vuelve amnésica tras sufrir un accidente de coche en la carretera de Mulholland Drive. Tras el accidente, conoce a una actriz australiana que acaba de llegar a Los Angeles. Con su ayuda, intentará recuperar la memoria y la identidad y ambas chicas se enfracarán en una relación que va más allá que una simple amistad.

Trailer:

Crítica:

(David Navarro - labutaca.net)
La partitura de Angelo Badalamenti y el cartel de carretera nos recuerdan que estamos ante un trabajo del creador de Twin Peaks. Su noveno largometraje, que nació con el propósito de convertirse en serie televisiva pero que la cadena ABC no se atrevió a apoyar. De ahí que el rodaje haya tenido que hacerse en dos fases diferentes y con bastantes meses de diferencia.
David Lynch vuelve por sus fueros y deja constancia desde el primer segundo que se trata de un film personal y que lo que algunos entendieron en Una historia verdadera como un cambio de estilo, sólo fue una concesión realista para regresar al mundo de los sueños, de la hipnosis y del surrealismo.

Merecido fue el premio compartido a la mejor dirección en Cannes. El libreto de Mulholland Drive en manos de cualquier otro realizador habría resultado un espejismo laberíntico tan interesante al inicio como desmotivador a la postre. El guión no encuentra otro sentido que servir de base a toda la imaginería hipnótica donde la angustia por la muerte recorre otra pesadilla fílmica de Lynch. Este viaje trastoca cualquier expectativa formal y narrativa y deja un poso de densa y amarga reflexión que conduce a toda suerte de posibles interpretaciones. Aunque como en la contemplación de un cuadro de Dalí, no se debe racionalizar en exceso la información recibida. Baste con sentirla y dejarse llevar.

El lado oscuro de la vida se funde con la posibilidad de trastocar el destino de la muerte. Tanto uno como otro tema han sido tratados en numerosas ocasiones pero nunca de manera tan genuinamente irreales como en Mulholland Drive. La vida y la muerte sobredimensionadas o los reflejos de un genio que se nos escapan.

(Rubén Corral - labutaca.net)
Desconfié cuando, hablando de una película de David Lynch como "Mulholland Drive" (id., 2001), los autores de varios escritos cantaban las maravillas de su sinsentido y su ausencia de lógica. Y no porque el último trabajo del director de "El hombre elefante" (The elephant man, 1980) sea una película legible a la manera convencional, que no lo es, sino porque uno se teme que la excusa de que sea "inexplicable" vale para rellenar unas líneas sin pasarse siquiera por el cine. Si "Carretera perdida" (Lost highway, 1997) era una excepcional película de terror, en un pasear por algunos géneros afines a su personalidad, David Lynch presenta ahora una película que, en su punto de partida, es un estupendo film noir y en su desenlace otra cosa que sólo se puede definir como una película de su director.

Lynch se divierte incluyendo homenajes en otro nuevo ejercicio de libertad a películas tan importantes en el devenir de la historia del cine como "De entre los muertos" (Vertigo, Alfred Hitchcock, 1958) y "Persona" (id., Ingmar Bergman, 1966). El hilo conductor que existe entre ambas producciones –la confusión y la crítica de personalidades falsas o, lo que es lo mismo, la célebre frase de Shakespeare sobre el teatro de la vida– es utilizado por Lynch una vez más (en "Carretera perdida", el fuego de artificio de la transformación del personaje que encarnaba Bill Pullman era un golpe de efecto muy lynchiano que pertenece más a un terreno personal), sólo que esta vez de una manera mucho más central. De esta manera, el director juega a ordenar –al fin y al cabo, poner un principio y un final es de lo que se trata esto de contar historias– de manera no habitual (cronológica) dos posibilidades de una misma historia. Con ello, el director provoca una confusión muy de su gusto que obedece a la imaginativa perversión de elementos bien conocidos por el espectador tales como la acumulación de ingredientes naturales del cine de intriga, la puesta en duda de la ordenación canónica de las acciones en el género –siempre tendentes hacia la resolución del enigma– o el papel de la realidad –travistiéndola de una sugerente verosimilitud– en un invento tan premeditadamente vicario como es el cine.

Pero, por encima de que el director se incline más por recalcar siempre el artificio del medio –a ello también obedece la pantanosa irresolución del enigma que simboliza una caja azul– que en sobrevolar el argumento, es tremendo el poder de Lynch para convertir lo que iba a ser un capítulo para una serie de televisión (a ello obedece la presencia en el grupo de productores de Tony Krantz, un catódico manager responsable de, entre otras series, "Felicity") en una película que muy poco tiene que ver con lo que iba a ser su nuevo proyecto televisivo. En principio, un reparto de poco relumbrón del que destaca Naomi Watts (mucho más que una chica mona). El trabajo de puesta en escena sigue rigurosamente sus principios estéticos y no capitula ante la forma tradicional de hacer televisión, y las costuras de un guión al que, qué duda cabe, en algún momento se impostó una pústula genial, quedan muy bien escondidas. Tras haber hojeado el libreto de lo que iba a ser el capítulo de televisión no puedo más que rendirme ante la evidencia de que Lynch no es sólo uno de los más habilidosos directores estadounidenses sino también un guionista digno de elogio, estudio y admiración.

Alguien se rajó en ese proyecto para una serie de televisión y, como contrapartida –más que como venganza–, David Lynch respondió creando uno de sus guiones más personales y perfectos, inventándose una visionaria metáfora sobre la representación, y en concreto sobre la audiovisual, en forma de un club llamado "Silencio", en el que ocurren todos los milagros con justificación poética, en el que se empieza a doblar la lógica de la trama, en el que tiene lugar un alumbramiento que concluye con un pliegue de la propia historia, la muestra consecutiva de acciones que no calificaré como anteriores o posteriores, pero en las que se realza su naturaleza de obra cinematográfica. Y, aunque los amigos de la mediocridad los puedan tachar de autocomplacientes, a los que nos gusta el cine estos ejercicios de majestuosa demagogia nos encantan.
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